miércoles, 16 de julio de 2014

No podemos regresar- fragmento de Cómo sopla el Serpentino cuando no canta el gallo

Cómo sopla el Serpentino...
Fragmento.

  Alrededor del camastro de la viuda —viuda cada vez más blanca y ceniza— éstos murmuran sin alharaca. Wilson ve la escena desde la ventana: un retrato del pueblo al patio, e intuye la discusión y sabe que la abuela habla de la Iglesia; mirá Ramono, mi abuela dijo que conoció una Iglesia; vos que andás mirando la torre, Ramono, como si fuera una aguja desafilada que pincha el cielo, decime de dónde creés que sacó tal cosa. Amigo —le dijo por fin Ramono— en uno de los mapas está el signo, una marquita: la cruz; si acaso existió, habría estado emplazada justo aquí, aquí, en la casa de la difunta viuda, aquí donde estamos parados; y ahí, donde tu pie rengo apoya, quizás fuera el altar de todos los sacrificios.
  Molesto, Wilson arrastrará ridículamente el pie por el patio enredado de vid y lo arrastrará por el piso del almacén y por la calle de piedra y tierra hasta cruzar el umbral de su casa. Mientras, el pueblo reunirá lo propio de uno en uno, de dos en dos y todo ojo ya habrá rengueado sobre su paso arrastrado  rabillo y desapruebo. 
  Entonces el sol comenzará a dar la vuelta final del día, un sol que nunca se vio entre tanta nube espesa y tanta lluvia derramada; Wilson intentará adivinarlo como un círculo blanco, un poco más blanco que el gris incandescente de un sol tapado, un gris blanquecino, y estará en eso cuando el gallo de Juan Rosario, sigiloso, se le acerque por detrás y le cante su cántico tardío muy al lado de los pies. Sobresaltado, lo mirará fijo y le chistará a la cresta pero el gallo gallito volverá a hacérselo otra vez, y aún una más y más tendenciosa, aunque acogotada y ronca; y esa voz, voz de gallito, gallito de alba, no quitará de encima la inquietud picotera del alma; y quizá por eso, sólo por eso, ocurrió que Doña Aurora, que ya deshacía la ochava y veía lo que estaba viendo, caminó decidida hasta Wilson y le habló como en susurro con estas palabras: ¿No entendés lo que canta el gallo? Tu amigo en grandes trabajos y vos aquí, temeroso de los muertos ¡niño!, los vivos son mucho más peligrosos que los difuntos.
  Así dijo y así se fue: de la misma manera que había llegado,
  y el gallo la siguió hasta la ochava y dieron la vuelta juntos.
  Wilson, parado y desde la tranquerita de entrada, observó la plaza como flotando sobre nubes rastreras; el monolito en su centro más unos cuantos jirones de seres que rodeaban la trunca esquina del almacén y amasaban sus formas evanescentes con leves movimientos; todos parecían uno y uno hablaba por lo bajo.

  Ahora el gallo vuelve a cantar; su canto es grito sobre el continuo rumor del pueblo. Alto el grito se acerca y retorna animoso en la garganta sedienta del gallo que cantará toda la tarde pegado a la ventana de Wilson, ranura al cielo, más larga que ancha, que también da al jardín, al jardín que ya huele a barro podrido, a vela soplada. Antes de caer el día Ramono golpeará las puertitas de madera que encierran a esa misma ventana:
  —Pero...¿qué le pasa a este bicho?
  Wilson no abre: avisa: —¡Estoy descompuesto!
  Ramono empuja los postigos y asoma la cabeza, una intromisión aceptada; el amigo, espera o espía desde la penumbra y quieto como aparición se ataja: —No me vengas con Iglesias, ni cosas raras. –Vengo porque andan diciendo que han visto a Juan Rosario yendo como de Doña Aurora.
  Y ni bien dijo eso el gallo soltó un alarido que sonó a relincho; entonces Ramono ladeó la cara y lo miró fijo
  Y el gallo hipnótico
  inmóvil
  mudo, de pico abierto
  como en vela
  vela veleta en el techo alto
  y levantó las alas y giró como trompo; voltereta y mareo y ligero, rayo centella, caminó a la tranquerita y al   llegar se dio la vuelta y devolvió una fija en la mirada.
  —Hay que seguirlo, amigo; agarrá el poncho.
  El gallo escuchó —escuchará con orejas de gallo; como en espera, paradito, ojos semiabiertos al lado de la tranquera que Ramono dejó abierta ¿qué mira? adelante, al frente, a los fondos de la casa de Juan Rosario, ahí nomás, ahí, hay un terreno que no pertenece a la familia, un terreno de nadie; ahí creció salvaje el árbol de moras, el naranjo agrio y un escuálido nogal sin nueces. Ciertos días una oveja pasta bajo escasas sombras; la dejan para que el pasto no crezca en demasía, a veces es la oveja de Damasia, otras es la oveja del Hijo de Doña María.
  Ahora, las dos ovejas, juntitas, comen la hierba.
  Es como respirar agua
  respirar nubes bajas,
  bajas la nubes,
  todo gris plomo se ve.
  Wilson mira la calle, la calle de tierra y piedra, absorto. Ramono lo ha decidido. Wilson agarra su poncho.     El gallo avanza hasta la mitad de la calle, inquietas huellitas. Como amanecer cerrado, el gallo comienza a transitar el camino del gallo y esta vez se deja seguir. Al llegar a la plaza, la gente, que rodea la trunca esquina del almacén —que íntegra y trunca vela a la viuda— hace como un extraño y pavoroso silencio. La gente los mira como sabiendo y no como queriendo saber. El padre de Damasia, puro ojo, tropezó al asomarse y se agarró del umbral y acomodó la cabeza entre otras cabezas y adhirió las pupilas con resina cuando cruzaron abiertamente la plaza. La abuela de Wilson, bajo la axila del puro ojo, mostró algunos dientes,
  —como felices...
  —¿felices? No la vi.
  Ya andaban por la calle que lleva al sur, la calle directa según el mapa, y el gallo iba dando saltitos; se podría decir que para un gallo, para cualquier otro gallo, porque hay otros gallos en el pueblo, sería como correr.
  Y dejaron atrás la plaza, la casa del Hijo de Doña María —que enfrentaba laterales con la casa de la viuda  — y la casa de Damasia —cuyos fondos tocaban los fondos del Hijo de Doña María— y cruzaron la primer calle redonda concéntrica espiralada, que en algún momento de la vuelta se convierte inexplicable en otra calle; y a medida que avanzaban era evidente que todo el pueblo estaba en la casa de la viuda porque nadie se cruzaba con ellos y no cruzarse con alguien en el pueblo era algo improbable o imposible, porque siempre hay uno haciendo algo, siempre alguno mira silencioso a través de la cortina, dejando escapar un ojo violento por la hendijita, siempre, uno—alguno sentado en la penumbra para ver sin que lo vean, para trastabillar secretos, y ahora, de pronto, el pueblo era sin su gente, sin los ojos desparramados de su gente; era un pueblo ciego en sus partes, un pueblo que había incrustado los ojos en la esquina trunca, en el recodo de la muerte: ciento y pico de ojos mirando lo mismo. Ramono goza la maravilla porque a excepción de aquella noche en la que encontró el Iconoscopio en el granero, nunca antes había caminado por el pueblo sin toparse con alguien; claro que aquella vez era de noche, y ahora, ahora era la tarde, la tardenoche, decía Wilson, una tarde copulada por la noche porque ya no se veía demasiado y el pueblo se desdibujaba en sus formas y en sus colores.
  Un rumor el pueblo. Calmo, chicho. De pronto los sonidos tomaron consistencia, espesura, porque en el fondo de la tarde y atrás, norte donde yace la plaza, las voces entonaron una tonada ronca, grave, más monocorde que melodiosa.
  Ramono imaginó un mapa hecho de sonidos: En el norte: las voces. Camino al sur: el silencio de un pueblo sin gente, el sordo sonido de casas abiertas que palpitan y esperan el regreso. 
  Cuando la noche lo cubrió todo con su oscuridad chapoteaban en la orilla de un desbordado arroyo que se había tragado el camino. No estaban tan lejos y sin embargo las luces no se veían. Ni siquiera un resplandor.
   Wilson aceptaba: —Ni de cerca se nos ve.
  Ligerito el gallo y los chicos un poco a tientas, acostumbraban el ojo sorteando alambrados rotos y orillando la falsa laguna, cuyas olitas marrones y espumosas arrastraban viejas flores de totoras podridas

Págs 70-74
Cómo sopla el Serpentino cuando no canta el gallo
una novela de Vanesa Guerra
Editorial Bajo la Luna 2012. Buenos Aires




 Gustavo Mingorance. 2012




Ivana Portnoy 2012



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Cómo sopla el Serpentino cuando no canta el gallo, una novela de Vanesa Guerra. 
Editorial Bajo La Luna 2012 Bs.As.
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