martes, 20 de enero de 2015

Radiografía de la pampa > Reseña Carolina Esses Revista Ñ Clarin.com

Radiografía de la pampa

La reflexión sobre el paisaje está en el núcleo de esta primera novela de la escritora argentina Vanesa Guerra.

por Carolina Esses







Hace ya varios años que el campo –la llanura, el desierto, pero también el universo del pueblo chico– ha sido escenario y objeto de la novelística de mujeres. Autoras como Selva Almada, Maristella Svampa, Matilde Sánchez o Mercedes Araujo parecieran querer apropiarse de la reflexión en torno a un paisaje que, salvo excepciones como el de Sara Gallardo, durante años estuvo dominado por el discurso masculino. Esta primera novela de Vanesa Guerra se ubica, decididamente, en esta misma serie.

Abandonados a su propia suerte, los personajes de Cómo sopla el Serpentino cuando no canta el gallo –Don Francisco y su obsesión con el tren, la bibliotecaria, Juan Rosario y su propósito de ir más allá– intentan vivir en esa Pampa de Martínez Estrada. No en vano uno de los epígrafes que abre el texto pertenece a Radiografía de la Pampa , ese ensayo extraño y poéticamente brillante que se proponía definir la esencia misma de nuestra identidad a partir de la reflexión sobre el paisaje. Sólo que, como el rastro zigzagueante que deja la serpiente en la tierra y que queda sugerido en el título, en lugar de aquel paisaje imposible de cartografiar, aquí encuentran una posibilidad: la de las palabras que una y otra vez nombran, dan sentido, organizan la experiencia. Anima Bendita, Resistencia del Arroyo son pueblos que han quedado fuera del recorrido del tren, sin embargo a partir del lenguaje poético –sus titubeos, sus idas y vueltas, sus rodeos a la hora de nombrar– recuperan un lugar, vuelven a existir. El tono que utiliza la autora es sumamente poético; florido, recuerda el barroco de Alejo Carpentier pero también a las experiencias al límite de Luis Gusmán. Guerra es psicoanalista y se nota. Ahonda en la interioridad de los personajes, recurre al fluir de la conciencia; narra en prosa o en verso. Las canciones, los recuerdos, el presente confluyen en la recuperación del relato colectivo, esencial para responder preguntas como: ¿por qué fue que quedamos en medio del olvido? O ¿quiénes somos si nadie nos busca? La autora ofrece una versión de los hechos que se superpone con otras posibles y lo hace sin solemnidad, dejándose llevar por el hilo de las palabras –del significante, diría algún lacaniano– por el juego que proponen las palabras. A partir de un delicado trabajo con la forma recupera aquel tiempo mítico del que hablaba Octavio Paz en El laberinto de la soledad . Presente y pasado confluyen en el tiempo de la memoria y la escritura asume la potencia de una ceremonia. Como si los habitantes del pueblo se empecinaran en encontrarse, en verse ellos mismos a través de un espejo, el texto reflexiona sobre aquellos artefactos que intentan reproducir de alguna manera la realidad: los mapas –falsos, probables, imposibles–, las listas, la radio, un misterioso iconoscopio y, por supuesto, la novela. Guerra, por su parte, se empecina en demostrar la posibilidad de una utopía: la que afirma que la palabra puede nombrar aún aquello que se daba por perdido.



Fuente: reseña Ñ





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