Cuando el pueblo es el mundo
Pablo Debussy
Diario Perfil/ suplemento de Cultura
Uno de los epígrafes que abre la novela de Vanesa Guerra
(Buenos Aires, 1965) pertenece a Radiografía de la Pampa de Ezequiel Martínez Estrada:
“Desde el tren toda esa verdad parece un juego de palabras, hay que verla con
los ojos del que se queda cuando el tren se va”. Esos ojos que permanecen cuando
el tren ya ha partido, son capaces de observar un territorio con el asombro
propio del primer acercamiento. Esa mirada nueva y distinta que desarticula los
espacios cotidianos y a la vez los refunda, es la mirada que persigue (y
alcanza) el libro. Cómo sopla el Serpentino cuando no canta el gallo, se
sumerge en la sintonía de la vida pueblerina, con sus rumores, sus chismes, sus
verdades contradictorias, y lo hace a partir de un lenguaje cruzado tanto por
la narrativa como por la poesía que logra en esa mezcla la intensificación de
la percepción. La novela va construyendo con sutileza un territorio literario
palpable, hecho de sucesos pequeños íntimos y profundos, que en ocasiones se
vinculan con las leyendas o con la magia: “un vagón vacío rotos llovió del
cielo como recuerdo de lo que fue esperanza”.
Entre largos párrafos que funden voces y temporalidades
diferentes, que aúnan el tiempo pasado con el tiempo presente, y párrafos de
una única oración, la historia rescata un pueblo perdido en el mapa y una
ciudad que se cierne sobre él. “Este pueblo es el mundo, fuera de este mundo no
hay otro”, dice uno de sus habitantes. Sin embargo detrás de esa afirmación se
esconde otra, en forma de interrogante, más oscura y acaso perturbadora: “¿Qué
queda de un pueblo cuando la gente se ha ido? Queda la noche.” Vanesa Guerra
compone una novela llena de tonalidades e imágenes que cautivan. Para atraparlas
tal vez sólo hay que animarse a descender del tren.
reseñado entre diciembre 2012/enero 2013
Diario Perfil Suplemento de Cultura
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